Según una investigación de la empresa Identity Guard, una persona, con un promedio de vida de 70 años, comete 8260 errores a lo largo de su vida. Otros datos (Thapar Institute Counselling Cell) nos dicen que un humano comete 50 errores cada día, o lo que es lo mismo, 18250 errores cada año. Sea como sea, lo que es innegable es que todos cometemos un número no menospreciable de errores a lo largo de nuestra vida. El error, por tanto, es parte consubstancial de la humanidad. Es algo muy humano. Pero a pesar de ello, parece que nadie se equivoque. Me sorprende, sobremanera, que tan pocas personas admitan en público sus errores y pidan disculpas por ello.

Siempre he considerado que el camino más corto entre el error y la solución es la disculpa. Pero ¿conocéis mucha gente que se disculpe habitualmente de sus errores? Cada vez veo menos. Normalmente, observo todo lo contrario. Después de constatar que alguien ha cometido un error manifiesto (conduciendo un vehículo, relacionándose con otras personas, en un proyecto profesional, en política…) descubres, con perplejidad, que esa persona se ha tornado, aparentemente, acrítica y que, o bien le echa la culpa a otro, o, simplemente, se quejan del sistema o de la sociedad que le rodea para justificarlo. El error nunca es de ellos, es siempre de los otros.

Creo que en nuestra sociedad está mucho más implantada, y valorada socialmente, la queja que el error. Parece que la queja sea un derecho y el error una anomalía. Pero pienso todo lo contrario, equivocarse es el primer paso para solucionar algo. Quejarse, demasiadas veces, nos aleja de la solución. Además, sigo creyendo que el volumen de nuestras quejas es directamente proporcional a los errores cometidos y no reconocidos. ¿Con quién quieres compartir tu día a día, con alguien que se queja constantemente o con alguien que se acerca a las soluciones?

Se trata de un ejemplo más de la mala relación que tenemos con el error. Lo vemos como algo negativo, que nos debilita y nos presenta de forma desfavorable en nuestro entorno. Pienso todo lo contrario. El error es el camino imprescindible para conseguir resultados. No conozco a nadie que no haya triunfado sin un volumen considerable de errores. Los errores nos facilitan el aprendizaje, nos enseñan que hay otras opciones y nos permiten mejorar, siempre que tengamos una actitud crítica constructiva.

¿Cuántos problemas nos ahorraríamos si todos fuéramos más conscientes de nuestros errores y de nuestras limitaciones? Conocer bien nuestros errores y nuestras limitaciones, no cargar con ello como si fuera una losa condenatoria y aceptarlos y, por tanto, colocarlos bajo nuestros pies y usarlos como peldaños para superarlos es, posiblemente, una de las principales piedras angulares del éxito.