Acostumbramos a pensar, a mi entender equivocadamente, que el tiempo invertido en un proceso formativo es directamente proporcional al éxito o a la eficacia del mismo. Hacemos cursos, posgrados, másteres… pensando que si hacemos muchos nos convertiremos en mejores profesionales. La relación debe existir pero no siempre resulta tan matemática. Hay demasiados factores que interfieren en este proceso: nuestra capacidad de desaprender (proceso básico en cualquier formación), nuestro estado receptivo, el entorno que nos rodea y la cantidad de dogmas inamovibles del sector al que nos dedicamos, el equipo humano que nos acompaña…
En los últimos años los procesos formativos se han modificado de una forma que me atrevo a calificar de revolucionaria. Una formación hoy o hace 20 años no tienen nada que ver. No se trata sólo de un tema tecnológico que obviamente ha introducido claros factores de cambio; no se trata de los entornos en los que se realiza la formación hoy mucho más inclusivos, amigables y envolventes; no se trata de la modificación de los métodos pedagógicos… se trata de la actitud de los participantes. A día de hoy no podemos pensar en participar en cualquier aprendizaje sin la necesaria actitud que merece. No tener la actitud adecuada en una formación es tirar el dinero, el tiempo y el esfuerzo. Y este es, sin duda, el cambio más revolucionario que estamos viviendo.
Cualquier formación necesita de una cierta actitud. Formarse ya no supone estar en ‘modo formación’ durante un tiempo determinado y ya está. Se trata de tener una actitud concreta a favor del aprendizaje de forma indefinida. Se trata de entender que si no tenemos la actitud adecuada no seremos capaces de conseguir los objetivos que nos propusimos. Una correcta actitud ocasionará lo siguiente:
- nos conducirá hacia una mirada distinta del sector, disciplina o ámbito en el que nos formamos;
- nos interrogará en las zonas de incomodidad que es allí donde realmente se produce el aprendizaje;
- nos permitirá generar red (una de las claves de cualquier formación ya que si generas red te conviertes en un mejor profesional);
- nos hará más fácil escuchar activamente o lo que es lo mismo permitir que las opiniones de los otros nos puedan generar cambios y nos interroguen con avidez;
- nos facilitará generar conexiones entre aspectos que nunca hubiésemos conectado (es el mismo proceso que el denominado ‘efecto embarazo’: cuando tú estás embarazado observas más embarazadas que nunca simplemente por el hecho de que estás más predispuesto a verlas);
- nos hará incansables porque nuestro sistema motivacional estará más sensible y siempre buscará más y más…
Por tanto, el aprovechamiento de cualquier formación requiere de una actitud que nos acompañe a los largo de la vida y que no descanse nunca. Dicho así puede resultar agotador pero ya sabemos que aquello que nos gusta no nos cansa y la actitud también predispone a que nos guste más aquello que hacemos.
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