Estoy convencido que la motivación es el factor clave para el éxito de cualquier proyecto. Desarrollar y llevar a buen puerto cualquier situación necesita de una actitud motivadora. Aunque admito que posiblemente no es el único elemento necesario para ello si que se trata de uno de los imprescindibles.
La motivación no es una consecuencia, es una actitud. Nace del deseo de querer existir y no del resultado de algo. Para estar motivados el ingrediente principal e imprescindible es querer estarlo. Esperar a que llegue la motivación sin hacer nada es propio de mediocres. Por tanto, la motivación no debemos buscarla sino crearla. Joan Elías, consultor en comunicación, nos da una de las pistas para conseguir motivarse: “Con la ducha matinal, agua y jabón = motivación”. O sea, sal de casa motivado o difícilmente te motivarás durante la jornada.
Si la motivación es una actitud cabe aplicarle los mismos principios que aplicamos a las actitudes: son propias de los estados de ánimo y se expresan mediante la actuación y el comportamiento. Por tanto, un motivado se nota en la forma en la que se manifiesta y actúa. A los motivados se les ve a distancia. No pasan desapercibidos.
Pero ¿tiene límite la capacidad de motivación? Sí. El tonto motivado y el supermotivado. A éstos es mejor no motivarlos. No hay peor experiencia que trabajar con un tonto motivado o tener como compañero a un supermotivado. Es mejor dejarlos como están porque las consecuencias del exceso motivacional pueden ser letales.
A los que tenemos la suerte de trabajar en algo que nos gusta la motivación nos aparece cada mañana en boca de nuestros clientes, de nuevos retos, de proyectos que cambian la vida de personas y organizaciones. Entiendo que es más difícil para los que se desarrollan a diario sin una actividad que les agrade pero al tratarse de una actitud depende más de nosotros que de lo que nos rodea. Es por ello que escudarse en el entorno o en la situación para no estar motivado puede sonar a excusa.
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