¿Cuántas veces hemos tenido que soportar una expresión de este tipo pronunciada por alguien habitualmente después de lanzarnos un improperio o una afirmación con poco tacto? Seguro que muchas y seguro que normalmente no hemos respondido con un desatino de las mismas características. ¿Por qué ante una situación así no manifestamos nuestra desaprobación por las formas manifestadas y contestamos con un “y a mi que me importa que seas maleducado, ese es tu problema”? Pues porque posiblemente la gran diferencia entre unos y otros, más allá de la idiosincrasia personal, es la capacidad de enfocar la comunicación ( y quizás también las relaciones personales) pensando en uno mismo (el emisor) o en el otro (el receptor).
El primero, el que podríamos considerar maleducado (perdonar pero es que yo soy así) enfoca la comunicación a partir de la idea básica de emitir el mensaje. Para él lo más fundamental es “ya lo he dicho y no se podrá decir que no he sido claro”. Su centro es emitir y está poco atento a los daños colaterales que genera y hasta a la eficiencia conseguida. ¿Por qué? Porque el emisor y el mensaje lo son todo. Para el segundo lo importante es el receptor. Para este no tiene ningún sentido emitir sin que de la situación se desprenda una cierta eficacia. O sea, que el receptor no sólo escuche sino que también asuma. Resulta evidente que este último es más eficaz (además de más agradable). Pero lo que para mi resulta más preocupante del primero es que raras veces es consciente de ello y sobretodo que con su actitud ocasiona lo que resulta más letal en la relación comunicativa entre personas: el bloqueo de la escucha. Los que actúan bajo la primera de las premisas abonan en terreno para dejar de ser escuchados, para ser menospreciados comunicativamente y por tanto para dejar de existir porque alguien que no es escuchado por su público es alguien que no existe.
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